Fronteras del Tuyú 1839 - 1840

 


Fronteras del Tuyú

Costa del Tuyú, Provincia de Buenos Aires – Año 1839 - 1840

Los vientos del Atlántico arrastraban el aroma del salitre sobre los campos del Tuyú, donde las dunas costeras se confundían con los pajonales y la pampa se extendía en una calma engañosa. Allí, en las tierras bajas del sur bonaerense, la frontera no era una línea precisa, sino una zona de vigilancia y sospecha constante, marcada apenas por los rastros de carretas, la huella de un caballo, el crujido de un mangrullo de guardia.

En esa época, la región formaba parte del sistema defensivo de la Provincia de Buenos Aires frente a los malones indígenas y, cada vez más, frente a la amenaza interior: la sublevación criolla. Los fortines dispersos —como los de Tapera de López, Ajó, Monsalvo o Chascomús— eran bastiones de una política federativa sostenida por Juan Manuel de Rosas, quien gobernaba con poder concentrado desde la ciudad puerto. Desde ellos partían patrullas de milicianos rurales, hombres de poncho punzó que juraban lealtad a la Santa Federación.

Pero en el corazón de la campaña, la fidelidad era frágil. Tras las apariencias de orden, se tejía un entramado de conspiraciones. En 1839 había estallado en el sur bonaerense una rebelión encabezada por hacendados descontentos con el centralismo rosista, la represión política y la presión económica ejercida desde Buenos Aires. Se la conocería como la Rebelión de los Libres del Sur.

Aunque el levantamiento había sido sofocado en octubre de 1839 tras la derrota de los sublevados en Chascomús, en 1840 aún persistían las secuelas. Varios estancieros habían sido fusilados o perseguidos, otros se ocultaban, y muchos más fingían obediencia mientras tejían contactos con el exilio unitario en Montevideo. Desde la costa del Tuyú, algunos colaboraban con las goletas extranjeras que, en las noches más cerradas, desembarcaban clandestinamente correspondencia, armas, y hasta emisarios. Frente a las playas del Rincon de Ajó, una de estas naves permanecía fondeada, esperando el momento propicio.

En el interior, la situación era tensa. El gobierno federal había intensificado la vigilancia en las zonas rurales, temeroso de una nueva conspiración. Chascomús, Dolores, Monsalvo, incluso el Rincon de Ajó, eran puntos de interés militar. Al sur, en Tandil, el eco de la rebelión aún resonaba. En los fogones, se hablaba en voz baja de vecinos que escondían perseguidos políticos, de pulperos que eran espías, de cartas selladas con cera negra que cruzaban la llanura rumbo a Buenos Aires o Montevideo. En esta guerra de silencios, la frontera del Tuyú era tanto un punto de paso como de resistencia.

La pampa callaba, pero observaba. Mientras los fortines enviaban partes a la comandancia y los federales patrullaban buscando indicios de traición, en los toldos ranqueles también se negociaban alianzas. Algunas parcialidades indígenas, antes hostiles a ambos bandos, comenzaban a jugar sus propias cartas. El conflicto no era ya entre unitarios y federales solamente, sino entre intereses cruzados que tejían una trama de guerra civil, política y social.

Aquel 1840 no fue un año cualquiera. Fue uno de transición, de incertidumbre, de esperas largas bajo el viento del océano. Mientras en la lejana Buenos Aires se tejían alianzas con los generales unitarios Lavalle y Paz, y en Montevideo se planificaban invasiones, en la costa del Tuyú el tiempo parecía detenido, pero la historia seguía cabalgando por sus caminos de arena y silencio.

Por Ariel Agustín Quiroz

Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas del Partido de la Costa.

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