Por el Camino Real, hacia la Santa Villa de Luján
Mirada criolla y federal sobre una parada en el corazón devoto del pueblo
A catorce leguas de Buenos Aires, por el viejo y polvoriento Camino Real, se alza la Villa de Luján, tierra sagrada del criollo devoto, donde reposa desde antiguo la imagen milagrosa de Nuestra Señora, madre y protectora de los pueblos del interior.
La primera parada del alma
"Al llegar, cerca de las diez, divisamos el blanco campanario y las casas bajas que se ordenan en torno a la plaza. El pueblo de Luján, aunque pequeño en número, es grande en corazón y tradición. Los niños esos gauchitos que corren descalzos y alegres remontaban barriletes de papel, igual que en cualquier paraje de esta tierra bendita.
Nos acercamos a la casa del alcalde, un paisano respetado por su honradez y su compromiso con el orden federal. Sentado en su sala, donde flameaba discretamente una cinta punzó junto al retrato del Restaurador, nos recibió con cordialidad criolla. Su señora, mujer de temple y dulzura, tañía la guitarra con destreza, y entonaba cielitos patrióticos junto a una parienta. En cada estrofa se oía la alabanza a la Federación, a la tierra, a Dios y a Rosas.
El almuerzo fue ordenado con rapidez: empanadas humeantes, asado, pan de campo y vino patero. No se necesita más para la dicha del paisano."
Una villa de fe y raíz criolla
Luján, aunque de apenas ochocientos vecinos, se alza con dignidad. Su iglesia colonial modesta pero señorial es punto de oración para los peregrinos de toda la campaña. En tiempos de guerra o en la calma de las cosechas, allí se clama a la Virgen por justicia y paz.
La cárcel, junto al templo, recuerda la vigilancia del orden y las leyes que Rosas impone con firmeza. La casa del alcalde, tercera en importancia, mezcla despacho oficial con tienda criolla: yerba, cintas punzó, alpargatas, tramperas, y hasta papel para cartas, que los escribanos de campaña llenan de súplicas o de versos.
Los caminos, que traen jinetes, carretas y chasques desde todos los rumbos, hacen de Luján una parada obligada para quienes cruzan la llanura o van rumbo a los pagos de la Guardia del Monte o a Mercedes.
El Luján rosista: fe, pueblo y patria
En tiempos de Juan Manuel de Rosas, Luján era más que un pueblo: era un bastión espiritual de la causa federal. La devoción por la Virgen se entrelazaba con el respeto por el orden criollo. Las pulperías comentaban las noticias de la campaña, los cielitos contaban las victorias federales, y los estandartes punzó flameaban en cada fiesta patronal.
En la Villa de Luján, se siente la Nación desde abajo, desde la fe sencilla del paisano, desde el fogón, el rezo, el canto, y el poncho punzó colgado en la pared.
Revisionista Rosita de la Historia Argentina
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