Por Ariel Agustín Quiroz
Instituto de Investigación Histórica Juan Manuel de Rosas - Partido de la Costa
La Revolución de Mayo de 1810 no fue un hecho aislado, ni una simple consecuencia de la crisis de la monarquía española. Fue, por sobre todo, un acto de afirmación identitaria, una decisión política del pueblo criollo de iniciar el camino hacia la emancipación definitiva del yugo colonial. Desde una perspectiva nacionalista, el 25 de mayo no marca un cambio administrativo, sino el primer grito de soberanía en suelo americano.
La conformación de la Primera Junta de Gobierno representó el surgimiento de una nueva legitimidad: la del pueblo criollo que reclamaba su derecho a gobernarse por sí mismo. No fue la Corona la que delegó el poder: fue el pueblo, a través de sus representantes en el Cabildo Abierto del 22 de mayo, quien asumió su destino histórico. Esta Revolución fue nacional antes que liberal, y popular antes que elitista.
La historia oficial, durante décadas, ha intentado vaciar de contenido patriótico esta fecha, reduciéndola a una anécdota institucional. Sin embargo, el revisionismo histórico, del cual somos herederos, nos invita a mirar más allá de las actas y los salones. Nos conduce a la Plaza, al pueblo que exigía, con voz firme, la renuncia de Cisneros y la conformación de un gobierno propio. Ahí está la verdadera génesis de la Nación.
El 25 de mayo vive en la memoria colectiva del pueblo argentino como símbolo de lucha y de autodeterminación. Es el antecedente directo de las gestas federales, de la defensa de la soberanía frente a las potencias extranjeras, y de la figura de don Juan Manuel de Rosas, quien décadas después encarnaría, con firmeza, la defensa de los principios nacidos en 1810: la soberanía política, económica y territorial.
Hoy, más que nunca, debemos rescatar el verdadero sentido de la Revolución de Mayo, no como una efeméride vacía, sino como una fuente
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