martes, 26 de noviembre de 2024

BOLETÍN N°8 Mes de Agosto Instituto Rosas del Partido de la Costa

 "La Leyenda del Carpincho" 

Cerca de los Esteros del lberá vivía un mariscador llamado Martín López. Hombre rudo y fuerte, de piel curtida por los soles, las lluvias y los vientos. Su existencia se desarrollaba en ese medio agreste pero al que el se adaptaba perfectamente.

Su rancho, pobre tacurú de adobe y paja lo cobijaba a él y a su mujer contra las inclemencias del tiempo.

Los hijos ya se habían ido en busca de mejor fortuna, cansados de esa pobreza y de ese lugar inhóspito, quedando los padres solos, porque ya se hallaban habituados a ese sitio y a esa vida.

Don Martín -como era conocido entre los demás mariscadores y en el pequeño boliche del poblado más cercano- disfrutaba cada vez que salía a mariscar en su vieja canoa, empuñando -no los remos- sino una vieja tacuara que hundía en el fondo del estero y con la que impulsaba su embarcación.

Había construido junto a su rancho un pequeño depósito -rústico y precario- para el acopio de los productos de su fauna.

Allí se podían encontrar desde cueros de yacaré y de víboras de diversos tipos, hasta plumas de garza.

Cada tanto, Don Martín, cargaba su canoa con sus cueros y sus plumas, y los llevaba a vender a los compradores que venían para ese fin desde los centros poblados. Cuando el mariscador sentía en sus bolsillos el rollo de billetes, experimentaba la sensación de ser un hombre rico. Corría, entonces, hasta el boliche y hacía su "provista", llevándole a su patrona: harina, grasa, almidón, fideos, yerba, azúcar.. Pero, antes, se quedaba a saborear con los amigos, unas copitas de caña mientras se jugaban unos partidos de truco.

Esa era la vida humilde pero apacible de Don Martín.

Su mujer -una mezcla de tuyutí y miel de lechiguana - era su fiel compañera desde hacía varios años y jamás se quejaba de la soledad y la carencia de tantas cosas que podría haber tenido viviendo en otro lugar.

Pero, un día, en que Don Martín había ido a vender sus cueros, ganó más dinero que de costumbre y bebió más de la cuenta, para festejar el hecho. Se le hizo pronto de noche. Sucedió, entonces, que se levantó un viento fuerte y, como la canoa venía demasiado cargada de provisiones, al chocar con un embalsado dio una vuelta campana, golpeando al hombre en la cabeza.

Su cuerpo se hundió rápidamente y quedó atrapado entre las raíces y tallos de las plantas del estero, pereciendo ahogado.

Su mujer se afligió mucho cuando la noche cayó sin que su marido regresara y tomando una lámpara de aceite salió a buscarlo.

Sus pies se hundían entre el barro y la maraña. El viento le azotaba la cara y hacía volar su larga cabellera, cuando al pasar bajo el sauce, una de sus flexibles ramas agitadas por el vendaval, la golpeó brutalmente, tirándola al suelo, desmayada.

La lámpara salió despedida por los aires y fue a destrozarse contra el tronco de otro árbol.

El fuego tomó cuerpo enseguida entre la maleza seca y la paja que la circundaba y se extendió hasta el lugar donde se hallaba la indefensa mujer. Su figura pronto fue una tea yaciente.

El viento siguió soplando su furia descomunal hasta más de la medianoche.

Cuando las luces de la aurora empezaron a colorear de rosa el cielo sobre el estero, del agua apareció un roedor nunca visto, de piel gruesa y resistente que, yendo directamente hacia el sitio que se había incendiado la noche anterior, se encontró con su hembra y juntos se dirigieron hacia un sector montuoso del estero.

Nunca, los demás mariscadores, se pudieron explicar la repentina y misteriosa desaparición de Don Martín y su mujer.

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La Leyenda del facón empavonado de Don Pedro

Don Pedro era un gaucho rico y poderoso, que vivía en pagos de los Deseos Corrientes. Era dueño de una gran estancia, donde tenía muchos animales y peones. Era famoso por su facón empavonado, un cuchillo que tenía una hoja negra y brillante, que podía matar o dejar herido a cualquiera que lo tocara. 

Don Pedro había heredado el facón de su padre, que se lo había comprado a un viejo curandero, que decía haberlo hecho con veneno de yarará, sangre de murciélago, hierbas y otros secretos pero jamás podría ser vendido o regalado , solo seria efectivo si era heredado de un familiar directo y que nunca se podria separar de el por que caería una gran maldición sobre la persona .

Don Pedro se sentía orgulloso de su facón empavonado, y lo usaba para imponer su autoridad y su voluntad. No le importaba nadie más que él mismo, y trataba mal a sus peones, a sus vecinos y a su familia. Se metía en problemas con todo el mundo, y siempre salía ganando gracias a su facón. Su fama se extendió por toda la región, y nadie se atrevía a enfrentarlo.

Un día, Don Pedro conoció a Clara, una bella mujer que vivía en el pueblo cercano. 

Se enamoró de ella al instante, y le pidió que fuera su esposa. Clara aceptó, pero le puso una condición: que dejara de usar su facón empavonado, y que lo enterrara en el campo, para que nadie más lo viera ni lo sufriera.

Don Pedro se resistió al principio, pero el amor pudo más que el egoísmo. Aceptó la condición de Clara, y fue a enterrar su facón empavonado en el campo. 

Cavó un hoyo profundo, y puso el facón dentro. 

Luego cubrió el hoyo con tierra, y puso una piedra encima. Juró no volver a usar el facón nunca más.

Al día siguiente, Don Pedro fue a ver a Clara, para decirle que había cumplido con su condición. Ella se alegró mucho, y le dio un abrazo. 

Luego le dijo que tenía una sorpresa para él: le había tejido un poncho de lana para su boda, con los colores de la bandera correntina. Don Pedro se emocionó, y le agradeció el gesto. Le dijo que era el mejor regalo que había recibido en su vida.

Doña Clara le pidió que se pusiera el poncho, para ver cómo le quedaba. Don Pedro se quitó el sombrero y la camisa, y se puso el poncho sobre los hombros. Pero en ese momento, ocurrió lo inesperado: el poncho se rasgó por la espalda, y dejó al descubierto una herida sangrante.

Don Pedro se sorprendió al ver la sangre brotar de su espalda. Se dio cuenta de que su facón empavonado lo había herido por debajo del poncho. El facón había salido del hoyo donde lo había enterrado, y había vuelto a su dueño por arte de magia.

Don Pedro no pudo soportar el dolor ni la culpa. 

Cayó al suelo sin vida.

Clara se quedó paralizada por el horror y la pena. 

No podía creer lo que había pasado. Tomó el facón empavonado entre sus manos, y lo miró con lágrimas en los ojos. 

Luego lo arrojó al río Santa Lucia , donde se hundió entre las aguas.

Clara nunca se recuperó de esa tragedia. Se volvió una mujer triste y solitaria, que vivía en el recuerdo de su amor perdido.

--------------------------------------------------------------------------------olvidado

Juego propio del gaucho, sea rico o pobre. No puede haber reunión sin unos tiros de taba.

Taba, se llama un hueso que tiene el animal vacuno, en la pierna, en la parte que forma el garrón; aunque también tienen taba los ovinos, cerdos, etc., pero la empleada en el juego es la de vacuno y grande: de buey o de toro viejo...”Murió el buey, murió el toro…ché! Sacale las tabas”.

La taba tiene una parte cóncava labrando sus rugosidades, como en forma de S o formando dos caras, del lado opuesto es casi lisa. Cara o suerte se llama la parte de la S. Culo la parte lisa o contraria.Se prepara la cancha (lugar donde se va a jugar), tratando de despejar el suelo de pastos, accidencias del terreno, etc., bien firme, humedeciendo un poco el terreno fuera de la línea del tiro, para los que les gusta clavar (que es tirar la taba, dando una vuelta o vuelta y media en el aire, y caiga sin movimiento). Las canchas tienen un largo de 7 pasos en general, pero se tiraba en canchas de 8 y hasta 9 pasos, que eran las canchas de tiro largo.

Los límites se marcan haciendo una raya recta con la punta del cuchillo o también estirando un hilo fino, sujetado en sus extremos por clavos o grampas hechas con alambre.

Los jugadores, unos parados, otros en cuclillas, rodean los costados de la cancha, haciendo sus apuestas de “Al tiro voy… tanto” (al que tiraba la taba), o “Al que espera, juego” (contrario).

Previamente, los que tiran la taba han depositado en el medio de la cancha, la cantidad que juegan.

Tirando por alto la taba de extremo a extremo de la cancha, si cae con el lado de la suerte par arriba, gana el que la tiró; al revés, pierde. Si cae de costado, no hay juego.

Lo cortó.- Se dice cuando un jugador al tirar la taba echa suerte de entrada (cortó al contrario, y otro jugador toma entonces la taba).

Pisar la taba.- Significa que el jugador que esto hace, una vez dilucidada una jugada, “copa la parada”, para tirar él.

Taba cargada.- Se decía de una taba que, agujereada en un lado, muy disimuladamente, se le ponían chumbos para que al ser tirada, hiciera contrapeso. De ahí lo de “tabas culeras”.

Taba herrada.- se llama cuando a la taba se le colocan planchuelas de metal (hierro o bronce) de la forma y contorno de ambas caras, a fin de evitar el desgaste. Es general que del lado de la S (suerte), tenga algún dibujo o corte bien visible."Roberto J. Bouton - "La vida rural en el Uruguay" (1961).


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(Sobre la historia del gateado de Catriel)

Obra del artista gaucho FRANCISCO MADERO MARENCO 

"EL GATEADO DE CATRIEL"

¡Cipriano Catriel avanza!

Ante las tropas mitristas

Y no hay suerte que lo asista

¡Con su gateado le alcanza!

Los pampas de poncho y lanza

¡Son bravos en su arrogancia!

Atacando las estancias

En sus puestos de avanzada

Y alzarse con la vacada

Y potrada en abundancia.


El gateado había llegado

De los pagos del Azul

¡Livianito como tul!

Y ducho en correr boleado

Ese "del gorro apretado"

Puesto porque al disparar

Comparaban al volar

Pues le volaba el sombrero

Al jinete que al matrero

¡No le conocía el andar!


Cuentan que Mitre una vuelta

Por medio del lenguaraz

Le dijo :¡si me aceptás!

Pagaría a mano suelta

Pero Catriel cara vuelta

Le dijo : ¡quedate a pata!

-Tu cinto no tiene plata

Para pagar mi tesoro

¡Vale mucho más que el oro!

¡Y mi vida son sus patas!


Más sucedió que al complete.... 

De Cepeda y de Pavón

Que un resero ya viejon

¡Le ofertó bien por su flete!

Y entre el alcohol que se mete

Si la conciencia se ha ido

Con voz trabada y vencido

¡Aceptó doscientos pingos!

Y el resero en tres domingos

Pagó lo que había invertido 


¡Se cansó de ganar pencas!

Y el indio ...entró a mermar

¡Tonto se dejó atrapar!

Ligando más de la cuenta

Murmuraba en su osamenta

-¡Mi gatiadito volviendo....!

Pero ya se iba muriendo

Y un buen día se cortó 

Sin su amigo, y se perdió 

En las tinieblas sufriendo.


Y al poco tiempito de él 

¡Partió sin vida el gateado!

Ya viejo y desorientado

Sin el cacique Catriel

Cuentan que sin dar cuartel

¡Lo buscó de entre los cuerpos!

Y ya los dos bien despiertos

Por la pampa galoparon

Y al cielo indiano llegaron

¡ Jinete y caballo muertos!

(©Rubén Ibero)

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